La entrada al Cielo que tanto anhelamos todos, es el resultado final de
un largo camino que comenzamos a recorrer de la mano de nuestro amado Salvador, al
arrepentirnos de corazón y confesar nuestros pecados a Dios. Ese camino puede
ser difícil al principio, dado que venimos de una vida desordenada y de pecado,
sin mayores límites ni respeto a Dios.
Pero que en la medida en que nos
vamos relacionando con Dios y con nuestro Salvador, se va haciendo menos
tortuoso, porque el Señor nos va allanando el sendero. Es a través de ese
camino, que vamos trabajando con ahínco y de la mano de Cristo, para conocer e
ir aprendiendo los requisitos que el Señor nos exige para entrar al cielo.
¿Pero cuáles son los requisitos para entrar al cielo?
1. El primero de ellos es «Morir al
YO». El YO es ese amor desmedido hacia nosotros mismos que hemos construido
desde pequeños, y que nos ha convertido en seres egocéntricos, cuyo principal
objetivo es hacer lo que nos gusta, sin tener en cuenta la Voluntad de Dios.
Ese YO, cuando lo tenemos bien desarrollado, nos hace arrogantes y egoístas,
sentimientos totalmente opuestos para alcanzar los propósitos de Dios.
Dice en Proverbios 21:4 que «los
ojos altivos y el corazón arrogante son la lámpara de los impíos, y son pecado». ¿Y por qué? Porque un corazón arrogante jamás se someterá a Dios. No
puede, porque su dios es su propio YO. Tampoco estará dispuesto a sacrificarse
por servir a otros, y todo esto va en contra de Dios y sus principios.
Cristo es bastante claro cuando dice: «Así,
pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser
mi discípulo», Lucas 14:33. Y renunciar a todo
significa en primera instancia, renunciar a nuestro YO, con todo lo que ello
implica.
2. Someternos a Dios: Uno de los mas
importantes requisitos para entrar al cielo es el sometimiento completo de
nuestra voluntad a la voluntad de Dios. Es por eso que tenemos que deshacer
nuestro YO, porque quien no renuncia a su YO, tampoco podrá someterse a Dios y
entonces estará perdido.
En Mateo 16:24 el Señor dijo: «Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame». Aquí está bastante claro lo que el Señor nos exige. Negarnos a
nosotros mismos es negarnos a nuestros propios gustos y deseos, para tomar la
cruz de Cristo, y seguirlo. Eso es sometimiento completo a Él.
Es hacer la Voluntad de Dios por
encima de todo, porque Dios debe estar siempre por encima de todo lo demás.
Dios tiene que ser nuestra mas grande prioridad en la vida. Es dejar de pensar
como pensábamos, dejar de buscar lo que queríamos, y dejar de hacer lo que
antes hacíamos, para seguir haciendo solamente lo que Dios quiere que hagamos.
Es obedecer fielmente lo que Dios nos
exige y quiere de nosotros, porque la obediencia es la parte tangible y
evidente de que estamos sometidos a Dios.
3. Ser como Cristo. Es transformar nuestro carácter defectuoso y lleno
de pecado, hasta alcanzar la santidad del carácter de
Cristo, quien a pesar de todas las malas
influencias del mundo, y a pesar de haber tenido un carácter en semejanza de
pecado, nunca pecó.
Es alcanzar esa perfección de carácter que Cristo tuvo a su paso por la
tierra (Efesios 4:13), porque Cristo es nuestro modelo, y con base en ese carácter es que todos seremos
juzgados. Pero para lograr eso tenemos que estudiar su carácter.
Saber cómo pensaba, cómo actuaba y
cómo era su relación con el Padre, porque es ahí donde está la clave de todo. Y
para saber todo eso, es decir, para conocer a Cristo en toda su dimensión,
tenemos que estudiar las Sagradas Escrituras, porque las Escrituras son las que
dan testimonio de Él, según sus propias palabras en Juan 5:39.
4. El Servicio al prójimo. No podemos decir que
somos salvos si no nos estamos preocupando por la suerte de nuestro hermano. El
mundo agoniza sin Dios, y es nuestro deber no solo compartir el evangelio con
otros sino también brindarles un apoyo, un servicio o una ayuda oportuna en sus
momentos de dificultad.
Porque somos los
embajadores de Cristo aquí
en la tierra, tenemos que ser también sus manos y su corazón. Tenemos que dar
pan al que no tiene, una palabra de aliento al angustiado o un caluroso abrazo
al que lo necesita. Tenemos que ser también tolerantes y amorosos, pero sobre
todo, humildes de corazón como Cristo lo era.
En 1 Corintios 10:24 dice el apóstol: «Ninguno
busque su propio bien, sino el del otro». Así
de puntual es el deseo de Dios, pensar primero en el otro antes que en
nosotros, y para poder hacer eso, necesitamos el amor de Cristo, no de otra
manera.