Todos, como integrantes de la
sociedad, tenemos que someternos a unos principios o normas, o de lo contrario
seremos castigados, ya sea en la escuela, el trabajo, el hogar, o nuestra
comunidad. Sin embargo, es verdaderamente sorprendente como muy pocos
están dispuestos a cumplir las leyes de Dios, la máxima y única autoridad de
todo el Universo.
Algunos no las cumplen porque las desconocen, como muchos de nosotros
antes de conocer a Cristo, pero peor aún, es que las normas establecidas por
Dios en su Palabra, son deliberadamente incumplidas y pisoteadas por muchos de
los cristianos modernos, que aseguran de manera irreverente, que dichas leyes
están obsoletas y que ya no hay que cumplirlas.
Pero ellos no entienden que al negar las leyes o mandamientos de Dios e
incumplirlos, están desconociendo su autoridad. Además al desconocer la
autoridad de Dios están abiertamente rebelándose contra el Creador y así como
en los tiempos antiguos, Él tuvo que castigar severamente a su pueblo escogido
por rebelarse contra Él, a si mismo no le pesará la mano para castigar a los
rebeldes de hoy, porque la misericordia de Dios tiene un
límite.
Los peligros de la rebeldía a Dios
Pero veamos a continuación los
graves peligros de la rebeldía a Dios según ha quedado plasmado en su Palabra.
Dice en Levítico 26:14-16
“Si
ustedes no me obedecen ni ponen por obra todos estos mandamientos, sino que desprecian mis
estatutos y aborrecen mis preceptos, y dejan de poner por obra todos mis
mandamientos, violando así mi pacto, entonces yo mismo los castigaré con un
terror repentino, con enfermedades y con fiebre que los debilitarán, les harán
perder la vista y acabarán con su vida. En vano sembrarán su semilla, porque se
la comerán sus enemigos. Yo les negaré mi favor, y sus adversarios los
derrotarán, y sus enemigos los dominarán”.
Estas palabras del Señor iban
dirigidas al pueblo escogido, al pueblo de Israel, pero después de la venida
del Señor, todos los que lo hemos reconocido y aceptado como nuestro Señor y
Salvador, somos el pueblo escogido de Dios, nosotros somos el Israel moderno, y
esas palabras tienen tanta validez para nosotros como la tuvieron para ellos
entonces, porque el Señor no cambia (Malaquías 3:6) y sus leyes tienen que
cumplirse a cabalidad hasta su Segunda Venida.
Jesucristo lo dijo muy claramente en Mateo 5:17-18 al expresar lo
siguiente: “No
penséis que he venido para abrogar (anular) la ley o los profetas; no he venido
para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen
el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo
se haya cumplido”.
Dios es bueno y su misericordia es infinita, pero no para aquellos que
pretendan persistir en el pecado. “Jehová es tardo para la ira y grande en
misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, pero de ningún modo
tendrá por inocente al culpable”, dice en Números 14:18.
Su misericordia es para los que se arrepienten y deciden vivir en
obediencia a sus mandamientos, porque dice la Biblia en 1 Juan 1:9 que “si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados,
y limpiarnos de toda maldad”, mientras que “el
que encubre sus pecados no prosperará”, (Proverbios 28:13).
Definitivamente la rebeldía solo nos trae maldición y nos aleja de Dios,
porque Dios no escucha a los pecadores (Juan 9:31), y esconde su
rostro de ellos para no escuchar sus oraciones, si es que las hacen.
“Aunque
no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para
oír, vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y
vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír”, (Isaías 59:1-2)
No es Dios el que se aleja, ni
tampoco significa que su misericordia se acabe, sino que nuestra maldad y
rebeldía, hacen que su ira se eleve al punto de tener que castigar al que no
quiere someterse, el libro de Deuteronomio 7:9-10 lo ratifica al expresar lo
siguiente:
«Reconoce,
por tanto, que el Señor tu Dios es el Dios verdadero, el Dios fiel,
que cumple su pacto generación tras generación, y muestra su fiel amor a
quienes lo aman y obedecen sus mandamientos, pero que destruye a quienes
lo odian y no se tarda en darles su merecido». Y si ese castigo no es
recibido aquí en la tierra, será entonces en la eternidad, porque con el Señor
no se juega. Deberíamos reflexionar sobre esto.